Alberto Abadí Alhanathy, nació en Maracaibo, estado Zulia el 18 de febrero de 1933, siendo el tercero de cinco hermanos producto de la unión de Don Jacobo Abadí y su esposa Sara Alhanaty de Abadí, padres que formaron una amorosa familia en donde prevaleció el aprendizaje de los principios morales y éticos, el valor de la educación, del trabajo y el amor por el prójimo. Fue su madre una mujer de espíritu noble, justa disciplinada y de extraordinaria inteligencia, quien según su sentir, esculpió su esencia; ella fue su mayor fuente de sabiduría, admiración y respeto.
La infancia del Dr. Abadí transcurrió entre su Maracaibo natal, Mérida y San Cristóbal, ciudades que le permitieron crecer en contacto con la esencia de la provincia y en la cercanía de la naturaleza y los animales, contacto que ha conservado en el transcurso de su vida y en donde siempre ha encontrado refugio de los avatares citadinos.
Su formación primaria la recibió en colegios religiosos perecientes a las corrientes Jesuita y Marista, lo que lo hizo conocedor tanto de la religión judía, a la cual pertenece, como de la fe cristiana de la cual ha sido siempre respetuoso. Cursó estudios superiores en Universidad del Zulia durante años de sacrificios, pero en los que cultivó grandes amistades como Luisa Boscán, Gerardo Fernández, Libio Cuenca Navas….
Una vez graduado, ejerce sus oficios como médico rural en Santa Ana del Táchira, etapa cargada de anécdotas que recordaba con beneplácito por el contacto con la calidez, humildad y camaradería de la provincia. Una vez cumplido este periodo, se integra al grupo de Residentes de Pediatría del Hospital de Niños de Maracaibo, y es cuando decide ampliar y culminar los estudios de la especialización fuera de estas latitudes.
Es así como con el ímpetu de quien sólo puede desear la excelencia, parte a Boston, a la Universidad de Harvard, siendo en el Hospital de Niños de esta ciudad donde culmina su formación como pediatra junto a entrañables amigos como Agustín Zubillaga y Antonio Gordills. En estos años de formación conoce al Dr. Bayers eminente Neurólogo Infantil quien despierta su interés por esta área, decidiendo complementar sus estudios y culminar su formación como neuropediatra en esta misma escuela. Esta experiencia marcó su vida, no sólo por los conocimientos que adquirió, sino porque aprendió a ver la medicina de una forma diferente, a cuestionar y razonar cada uno de sus aspectos, a preguntarse el cómo y el porqué de cada una de las conductas, de cada una de las decisiones que se toman en la práctica médica. Durante estos años de estudio tuvo maestros de la talla del Dr. Lennox y el Dr. Lombroso de quienes aprendió parte de sus conocimientos en electroencefalografía, del mismo Dr. Bayers, Dr. Matson, Dr. Janeway, entre otros; a todos los recordaba con admiración por su esencia y por ser poseedores de vastos conocimientos y humildad.
Durante su formación como especialista no estuvo solo, antes de irse a EE.UU conoció a una encantadora señorita procedente de aquellas tierras, llamada Ivonne, de quien siempre se ha referido como una mujer noble, inteligente y de espíritu inquieto, con quien decidió formar familia, y quien le sirvió de apoyo y consuelo en momentos de estrecheces y dificultades propias de iniciar vida en un país lejano, con las limitaciones del idioma y costumbres de una sociedad diferente y lejos de su familia.
Son producto de esta unión sus mayores orgullos: Jacobo, quien al igual que su padre es médico pediatra, dedicado a la infectología y actualmente reconocido profesor del Servicio de Infectología del Jacobi Medical Center de Nueva York, y la luz de sus ojos Sarita, Licenciada en Comunicación Social , destacada profesional en el área de Mercadeo. Sus hijos, su mayor satisfacción, siempre estaban presentes en sus conversaciones cotidianas, al igual que las anécdotas de sus tres nietos con las cuales se le iluminaba el rostro y se dibujaba una amplia sonrisa.
Su espíritu entusiasta, necesidad de conocimientos y el ejemplo de sus maestros, lo llevaron a estar en constante aprendizaje y a participar en diversos programas y cursos de formación continua en instituciones como la Universidad de Baylor, Houston-Texas, el New York Medical College, The Royal Society and Medicine en Londres e incluso en la Universidad de París.
Regresa a Venezuela en 1963 con una maleta llena de conocimientos, o como diría él: con un amplio mapa cognitivo y conceptual, con anhelos futuristas para su país y una firme convicción de dar lo mejor de sí. Desde entonces se incorporó al grupo de eminentes profesores de la cátedra de Pediatría de la Universidad Central de Venezuela en la sede del Hospital Universitario de Caracas, donde trabajó con los doctores de la talla de Pastor Oropeza, Ernesto Viscarrondo, Espíritu Santos Mendoza, José Joaquín Figueroa padre y Eduardo Urdaneta. Es allí donde conoce y trabaja de la mano del Dr. Gustavo Leal, por todos recordado, hombre considerado como “extraordinario en su profesión, altruista, perseverante, trabajador incansable, humilde, bondadoso”. Crea la Unidad de Neurología Infantil del Hospital Universitario de Caracas y años después fue el fundador del post-grado de Neurología Infantil al que se ha dedicado como un padre se entrega a su hijo, este sitio que se ha convertido en su casa donde hemos tenido el honor de conocerlo y aprender de él.
A la par de su trabajo en el HUC, y en la medida que era conocido por sus habilidades y conocimientos, se desempeñó como adjunto en el Servicio de Neurología del Hospital Ortopédico Infantil entre 1.964 a 1.971, en el Hospital san Juan de Dios entre 1.964 a 1.975, trabajó en ANAPACE; fue Fundador, Presidente honorario y Jefe de la Sección de Estimulación Temprana del Instituto Venezolano para el Desarrollo Integral del Niño (Invedin). Igualmente fue fundador de la Maestría de Desarrollo Humano en la Universidad Católica Andrés Bello, con la meta de instruir sobre las bases neurobiológicas de desarrollo típico y sus desviaciones.
Su paso por Invedin ha dejado valiosísimas enseñanzas tanto a los profesionales de esta gran familia, como en el campo de la investigación gracias a su interés de ir más allá, buscar la excelencia y transmitir sus conocimientos a los demás. Junto a la Sra. Anita Benaim, Directora Emeritus de la institución, creó el Centro de Investigación y Estudios de Posgrado de Invedin (CIEPI), del cual fue el primer presidente; juntos llevaron a cabo un convenio con la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) para dar inicio al Postgrado en Desarrollo Infantil y sus Desviaciones en el año 1995. Por primera vez se hacía un convenio entre una institución privada y una asociación sin fines de lucro en Venezuela, el cual resultó de gran trascendencia pues formó especialistas de diversas áreas gracias a su modelo interdisciplinario de enseñanza; se implantaba una novedosa modalidad para la época.
Fue miembro fundador de la Sociedad Venezolana de Neurología y de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría, miembro de la Academia Americana de Pediatría y Neurología y de la Sociedad Latinoamericana de Neurología Infantil.
Participó como conferencista en innumerables congresos a nivel nacional e internacional, e igualmente son muchas sus publicaciones dentro de las cuales recordaba con particular sentido de pertenencia el proyecto ARYET sobre el alto riesgo y la estimulación temprana, realizado en 1.976 cuyo fin era demostrar los efectos positivos de la estimulación temprana.
El Dr. Abadí dedicó gran parte de su vida a la docencia, a la enseñanza, tanto en pregrado como en postgrado. Durante su trayectoria en la universidad son muchos los médicos que durante su formación recibieron cátedra con el Dr. Alberto Abadí, muchos de ellos muy conocidos y por todos recordado y admirado; es casi imposible que tras su nombre no aflore un comentario en relación a su persona, su sapiencia, su agudeza, su nivel de exigencia y su inevitable huella.
Su vida profesional ha sido regida por firmes valores que no se doblegan ante las circunstancias. Su motor: la búsqueda de la excelencia, la profundización en los conocimientos, la responsabilidad, entrega absoluta, fidelidad a sus principios y al conocimiento que imparte: ¡Jamás dobles discursos!, siempre aferrado al deber ser y actuar, obrando en beneficio del paciente.
Como maestro fue sin igual, poseedor de profundos conocimientos que lo hicieron una persona excelsa, por lo que quienes hemos tenido la dicha de ser formados por El Maestro, reconocemos su esmero por motivarnos a aprender y no limitarnos a lo aprendido, a cómo pensar y no tan sólo a lo que debo pensar, pues nada se hace con memorizar algo que luego el cerebro no es capaz de reconocer y aplicar: los ojos no ven lo que el cerebro no conoce.
Su mayor enseñanza ha sido la motivación por llegar al porqué mas minúsculo de las cosas, llevándonos siempre a niveles moleculares del razonamiento, a realizar enlaces continuos de secuencias de eventos que muchas veces sin su aporte no podríamos haberlas si quiera imaginado. Ante su presencia y discusiones de casos clínicos se incorporaban eruditos, conocedores, admiradores, e interesados, hasta conformar un vasto grupo que terminaba las discusiones orgulloso de recibir una dosis de saber de nuestro maestro.
El Doctor Abadí ha sido amado y admirado por muchos, ¿Quiénes no lloramos en manos del maestro? Pero estas lágrimas nos hicieron fortalecer nuestro ser, nuestra esencia como profesionales y como seres humanos.
Algunas palabras con la que algunos de los que fueron sus alumnos definen al doctor Abadí son: Sabiduría, competencia y carácter. En Invedin lo recuerdan como un gran estudioso, exigente siempre en búsqueda de la excelencia y con una particular honestidad profesional. ¿Cómo describir al Doctor? De irrefutable sentido de lealtad hacia su profesión, exigente para consigo y los demás, siempre en la búsqueda de la excelencia. Trabajador incansable.
Pero como no todo es estudio y trabajo; encontró sosiego en el campo, a donde escapaba regularmente en medio de un “terrenito” propio rodeado de verdor, aire fresco, vacas y caballos. Cuidaba de los animales, cumplía las faenas propias de los jornaleros…Definitivamente era su sitio de liberación, así como siempre lo fue el hipismo.
El Doctor Abadí no sólo fue un gran maestro, sino un buen amigo, siempre dispuesto a ayudar, comprometido, bondadoso, poseedor de sabios consejos, de buen sentido del humor, conocedor y respetuoso de las habilidades particulares de las personas y siempre anticipándose a los acontecimientos. Por siempre nuestro respeto, compromiso y admiración…
Fuentes:
Dra. Carmen Alicia Pazo
Colaboradores Invedin
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